Tengo la certeza de que el suelo se desliza, y por eso choco con objetos que no estaban ahí. Lo más cotidiano puede ser extraño, y tocarlo, como si fuera la primera vez. Oigo voces lejanas, hilitos de sonidos que vagan por ahí, pero a veces no entiendo qué me quiere decir quien está frente a mí. Ni qué decir de mis queridas palabras, las pienso y no quieren salir. Pierdo prosa y poesía.
Ahora que todo está revuelto o dado vuelta, en estos tiempos que machacan los días y el ruido de afuera parece una moto desatada, sin tubo de escape, en ese mismo momento paro y cierro los ojos y pienso que el errado soy yo. No debería dolerme el ruido, y caminar como si fuera solo el caparazón de un animal débil.
Y tampoco debería pensar en estas cosas entre automatismos y rutina. ¿Qué pensarán las ballenas de todo esto? ¿También les pica la espalda y no pueden rascarse?
Es tan difícil sentir lo que otro. Por eso cuando vemos esa complicidad nos da algo de envidia, pero te das cuenta de que la tenemos. Vamos caminando cada día por la cuerda floja, pero sólo basta con estirar la mano y sentir que estás ahí. El descanso.
Dedicado a mamá, porque los sueños son el motor de la vida
Los hechos ocurrieron el 15 de febrero de
1938, en la ciudad de Buenos Aires. El verano, la
lluvia, el barro acumulado en las calles, un
bullicio sordo, son el acompañamiento de un acto
tal vez heroico, tal vez estúpido, tal vez cargado
de razón o de locura.
El 15 de febrero de 1938, Albertina Orestes,
madre de cinco hijos, esposa de Ramón Jacinto
Migraña, se fue de su casa. Una breve nota de
despedida, sin explicaciones, sin remordimientos,
sin duda. Un vacío.
Nunca más se supo de ella. Algún conocido
decía que un amigo la había visto en un viaje a
Europa, sentada en un café de París, o paseando
por Hyde Park en una tarde primaveral.
Conjeturas.
¿Cómo pudo Albertina hacer algo así? ¿Es
que tenía esa capacidad de tramar, tan sólo de
imaginar un acto semejante? Su marido pasó el
resto de sus días haciéndose este tipo de
preguntas. Todo el mundo se hizo estas
preguntas, y no otras. La verdad es que muchas
veces hay en la vida de las personas acciones
como las de Albertina que son una respuesta. Un
rumbo. Muchos años más tarde, Rogelio, uno de
sus hijos, contó la vida de su madre en un intento
de comprenderla, de saber qué había quedado de
ella en él, además del olvido. Rememorar a la
madre, a cualquier persona querida, hace que
hasta los más pequeños sucesos sean importantes,
por eso deberíamos intentar tomar el relato con
la mayor objetividad posible, so pena de terminar
amándola u odiándola. Porque Rogelio decía que
su madre fue la mujer más hermosa de Buenos
Aires. Y fue ese uno de los motivos de la huida, de
la liberación, o de como quiera llamarse el irse.
«La imagen más fuerte que tengo de mi
madre es ella en el lavadero, venga lavar ropa y
putear por lo sucios que éramos. Yo tenía seis
años, y la verdad es que cada vez que salía a la
calle, después volvía negro de jugar por ahí. Salía
con mis hermanos, que eran mayores que yo, y
claro, me trataban un poco como la mascota.
Terminaba siempre rodando por el barro de la
calle. Cuando llegaba a casa, mi madre me daba
un sopapo y me quitaba la ropa a tirones.
Después, venga lavar, y lavar. Eso era por la
mañana, antes de ir al mercado. Nosotros
vivíamos en las afueras, en Villa Urquiza, cerquita
del tren. Ella también puteaba por el tren, y
decía que alguna vez se iba a subir a uno y no
volvería más, pero nunca le creímos. Tampoco
teníamos conciencia de eso, digo, de lo que podía
significar para ella lo que decía. Por la tarde
cocinaba, preparaba la cena para cuando llegaba
el viejo. Ellos se querían, eso creíamos mis
hermanos y yo, y el viejo también, que se quedó
de piedra cuando vio que mi madre no volvía.
Pero eso fue más adelante, el 15 de febrero del
treinta y ocho. Yo ya tenía diez años, y una cara
de pavo que no te digo, por eso ligaba siempre
cuando estaba con los amigos de mi hermano
mayor. Mi padre llegaba casi a la hora de la cena,
en invierno ya era de noche. Venía de lejos,
trabajaba en el matadero, y llegaba cagado de
hambre. El viejo era un buen tipo, pero a veces se
pasaba un poco. No es que le pegara, pero ponía
cara y decía cosas. Un día le dijo que la iba a
dejar sin coger, por puta, o algo así. Es que en el
barrio se conocía todo el mundo, y a veces se
hablaba. La gente, que se inventa cosas. Yo no
creo que mi madre tuviera un amante. En esa
época se pensaba en otras cosas. La situación del
país y del mundo era un poco convulsa. Yo no
tenía edad, de todo eso me enteré después, y vas
atando cabos. El tema es que ella no era tonta, le
gustaba leer novelas, y las revistas también. Leía
mucho, y tal vez por eso empezó a soñar. Eso no
me lo dijo nadie, pero yo la imagino soñando con
un mundo distinto. Alguna noche que el viejo
tenía turno de noche, ella encendía la radio y
bailaba, se ponía algún vestido, y yo me quedaba
mirándola, era raro, porque era ella y no era ella.
El brillo de sus ojos. Pero no le dijo a nadie lo que
pensaba hacer. Por lo menos no a nosotros, ni al
viejo, claro. El tampoco habló de eso después. Mis
hermanos muy poco. Me acuerdo del año pasado,
cuando murió el viejo, estábamos todos y se me
ocurrió nombrarla, y me miraron con odio. Tal vez
la odian, si todavía vive. Yo no le guardo rencor.
Tuvo su razón, y se fue. Entre las cosas que dejó
el viejo encontré una carta, sin fecha, una carta
de ella donde le dice muchas cosas. Podría ser de
cuando ya no estaba. Que si él no había sido
bueno, que era un putero, que nunca le dio una
oportunidad. Que ella también era una persona y
que tenía sentimientos. Hay tantas cosa que no
entiendo, que el viejo no entendió, y que mi
madre seguro que tampoco. Cuando alguien hace
algo así, irse, es algo deseado, pero nunca
pensado, no se puede tener la mente tan fría.
Éramos sus hijos. ¿Y si ya está muerta? ¿Y si ya
perdimos esa oportunidad de arreglar las cuentas?
Durante años y años quise pensar que se había ido
a bailar a Europa, a esos lugares que ella
nombraba las noches de radio, a que sus ojos
brillaran como esas noches, con su copita de anís.
Una vez, durante la guerra en Europa, salió una foto en el diario, era un puerto. No se veía muy bien, pero dentro del gentío que salía había una mujer que parecía ser ella. Creo que el viejo la vio, la foto digo, porque estuvo unos días sin hablar, ensimismado. Fue entonces que se corrió la voz de que se había ido a luchar en la guerra, con la resistencia francesa. Pero yo prefería mi versión. Además, tenía más glamour, y cuando me preguntaban en la escuela, los dejaba parados a todos. A medida que fueron pasando los años dejé de hablar de ella, o me olvidé. Tenía que ser fuerte. Me casé, tuve dos hijas, en el trabajo me fue bastante bien, y el año pasado se murió el viejo. Y llegó una corona sin nombre. Fue cuando la nombré. Desde ese instante no pude quitarla de mi cabeza. Es como cuando te acordás de cosas de chico, algo que no entendías, y te reís. La diferencia es que sigo igual. Estoy seguro que la corona la mandó ella. Tal vez no se fue de Buenos Aires. Podría haberme cruzado con ella muchas veces, hasta viajado en el colectivo sentado a su lado. Puede no haberse ido nunca, casarse otra vez, vivir en otro barrio, tener otros hijos. Otra vida. El viejo se murió con esa pregunta en su interior.
Lo recuerdo, siempre lo recordaré. Mi cuerpo
tendido en la camilla, todavía caliente. Yo me iba alejando, en una levedad que
nunca antes sentí. Nicolás entró con la doctora. Ella le explicó que ya lo
había hecho, que yo ya no estaba allí. Nicolás asintió, es lo mejor, dijo, no
sufrió, no? No sufrió. Pude ver su cara, serio. ¿Puedo? Si, claro. Y me
acarició, y me susurró un adiós desde adentro. Después, por un instante, no
pudo moverse. Sé que se hubiera quedado horas, mirándome, acariciando mi panza
suave. Pero el lugar era frío y acéptico. Nicolás dio las gracias a la doctora
y quiso salir corriendo, pero tuvo que pagar por la inyección que me dieron.
Yo, sin quererlo, lo seguí en mi levedad, lo acompañé caminando por la calle,
rápido, queriendo llegar a algún lugar. Paró. Llamó por teléfono a Yolanda,
pero no podía terminar la frase, ahogado. Sentí un poco de pena por él, y
también cariño por toda mi vida a su lado, al lado de Yolanda, viviendo esas
vidas paralelas de los gatos y las personas. Ellos sufrieron, yo sólo los
últimos días. Hubiera dado mi otra vida
por decirles algo: estoy bien. Ahora me toca vivir la levedad y extrañar las
caricias, los juegos, y por qué no, alguna reprimenda. Sé que ellos, al nacer
Biel, cambiaron un poco. Biel también fue un poco mío. Algún día le contarán
que a veces dormíamos juntos, que me encantaba acostarme en su cuna, sentir su
olor, saberlo cerca. Desde este otro lugar me gusta acompañarlos. Ellos
intentan no recordarme, porque duele. Y por suerte está Biel, llenando los
espacios que también me faltan a mí. Sé también que sólo era el gato, no voy a
comparar. Pero nos queda el vacío, los momentos vividos, atravesar toda una
vida juntos, sentirme acompañado. Ellos lloraron esta pena intentando que Biel
no se diera cuenta. Y Biel hizo como que no sabía. Las heridas se cierran, ya
sólo soy ese recuerdo, esa brisa de los años que pasaron, mis pelos que aparecen
en la ropa, el no estar cuando vuelven de vacaciones. El silencio.
Mi nombre es Bono, y soy un gato. Me llamo Bono gracias a esas personas que
dicen que soy suyo, y parece que es un nombre que les recuerda a otra persona
que no conocen, pero que tal vez admiran. Mis personas son una hembra de
nombre Yolanda, y un macho de nombre Nicolás, aunque no sé si esos nombres
recuerdan a otras personas, o se llaman así por gusto. A veces se llaman por
otros nombres, como Cariño, o Baby. Esto me lleva a pensar que las personas
responden a varios nombres, como los gatos, que sabemos cuándo nos llaman,
aunque sea con un silbido o una frase ñoña.
A Yolanda yo la quiero mucho, porque es la más cómoda, y porque me gusta
que me acaricie. También me gusta jugar con ella aunque se enoje cuando la
cosa se pone más divertida para mí. Claro, ella me puede levantar con una sola
mano, y si me defiendo con uñas y dientes ya está, me grita y me tira hacia
algún lado.
Con Nicolás es diferente, él me tira la pelotita y yo le sigo el juego y de pa- so
me entreno por si me tengo que enfrentar a un enemigo. Por lo demás, sólo me
gusta estar encima de él cuando no se mueve, así encuentro una posición
cómoda, cosa no tan fácil. Pero bueno, él suele darme la comida y esas cosas
raras que me mete en la boca.
Voy a sincerarme: los quiero un poco, a pesar de sus cosas, porque vivo con
ellos hace ya muchos años y me dejan dormir en su cama. Y un secreto, hay
veces que practican algo así como una lucha que no sé nunca quién gana,
entonces me voy al comedor, o me quedo expectante, porque después se
quedan muy cansados y puedo hacer lo que me da la gana.
Hay días que pienso que soy un gato con suerte, y observo por la ventana a
esos compañeros del patio que me miran mal. Y otras me pregunto: ¿qué habrá
afuera, más allá de esos paseos para ver a Carlos, y alguna que otra escapada
infructuosa?
2
Quiero aclarar una creencia extendida entre las personas, según la cual el perro
es el mejor amigo del hombre. Es sabido que los humanos son pro- pensos a las
habladurías, a dar por buena cualquier opinión, especialmente si encuentra eco
en los diarios o la televisión.
¡Es el Gato el mejor amigo del Hombre! Así, con mayúsculas. Los gatos, igual que los perros, recibimos a nuestras personas en la puerta, expectantes, pero sin vociferar como si se acabara el mundo, y también sin tirarnos encima de quien llega. ¿Acaso los perros creen que una persona que sale de casa no volverá más?
Los gatos nos arreglamos con menos espacio, vamos a nuestra bola, y no
molestamos a nadie. Es más, marcamos bien el territorio del hogar, no sea que
alguien quiera entrometerse. Por eso nos meamos en los rincones. Pero eso no
tiene mayor importancia, porque nosotros descansamos en el rega- zo de
nuestra personita, y dormimos el tiempo que sea necesario, todo con tal de no
molestar.
Ya sé que a algunos hombres les gusta amaestrar a los perros, pero eso es un
signo del ansia de poder que los mueve. Fíjense sino, dando órdenes y
castigando si no los obedecen. A veces dan una lástima.
Por sobre todo, nosotros los gatos somos de naturaleza inteligente, reservados,
austeros, amigos de nuestros amigos, y defensores (pero de verdad) de los
nuestros.
3
La soledad del gato es algo normalmente tomada como una cualidad de los
felinos. Nos tienen como autosuficientes, y nadie nunca nos preguntó si esto es
así. Y cómo hacerlo, si no hay humano que sepa comprendernos. Como mucho,
adivinar ciertos ademanes generales sobre lo que podemos querer decir. Se ve
que esa sí que es una característica humana, la de no poder entenderse. Se
hablan y no se escuchan, se imponen sin saber qué opina la otra persona.
Nosotros los gatos, dentro de nuestras limitaciones, también tenemos
sentimientos complejos. Y sabemos leer en los otros qué hay detrás. Y no
ponemos barreras ni formalidades. Por eso somos leales. Por eso defendemos
lo nuestro.
A veces, al ver a nuestras personas, no podemos más que reir o compade-
cernos de esa ceguera que los acecha. Nosotros vemos en la noche. No te-
memos la oscuridad. Somos los guardianes de esas pobres almas. Pero hay que
admitirlo, generalmente los animales (y para nosotros no es peyorativo)
poseemos ese sentido que nos alerta de la maldad. Para qué necesitamos la
vanidad! Si tenemos hambre buscamos comida. Si el cuerpo nos pide sexo,
buscamos (olemos) a nuestra hembra, a nuestro macho. Si se necesita ayuda,
ahí estamos. No pedimos nada a cambio. Por eso nuestra soledad es diferente,
sordos de los otros, escuchando aullidos en la lejanía.
4
Ya sé que muchas veces me río de los perros, y que casi siempre me parecen
algo estúpidos. Pero el otro día, mis amigos Pica y Porte me contaron como
murió Moro, un perro de los de antes, ovejero, fiel, un amigo. El luto por su
desaparición duró una semana en Paradilla, y sus hazañas todavía resuenan en
lugares tan lejanos como éste. Se ahogó en lodo, me dijeron. Iba persiguiendo
un gato, u otro perro, y no sabía que unos humanos, en nombre de la civilización,
habían cavado un pozo para el tendido telefónico. Era de noche en Paradilla de
la Sobarriba, y la oscuridad le jugó su última broma pesada. Cuando lo
encontraron era tarde ya. Y esa pérdida inútil nadie puede subsnarla.
Una semana dije, duró el luto por el Moro, llorado por su familia, por sus amigos.
Esos días en los que el vacío es tan intenso hay que dejarse llevar, porque la
fuerza no nos acompaña. Yo sé que todo esto que cuento es cierto, porque me
lo han contado unos amigos, y detrás de su mirada pícara sé que lloraban. Y eso
que era un perro.
5
Las vacaciones no me gustan. No creo que sea difícil comprenderlo. Uno vive
tranquilo todo el año, sabiendo que las personas están fuera durante diez, doce
horas. Son las horas de mi siesta. Cuando llegan a casa puedo jugar, me ponen
la comida y me divierto un rato. Pero cuando se van muchos días me dejan solo
como un gato, esperando la visita de sus familiares para que vean si sigo vivo. Al
final pasa que me acostumbro a ellos (los familiares) y ya vuelven Yolanda y
Nicolás. Huelen mal, muchas veces tienen la piel más oscura, y encima esperan
que les haga una fiesta! ¡Por favor! Un mes entero sin venir a verme y después
quieren que todo siga como si nada. La verdad es que se me pasa rápido, pero
yo me hago el enojado un par de días más, para que aprendan. No se juega con
los sentimientos de un gato, no señor.
6
Carlos es mi médico. Cada vez que me siento mal, y a veces no sé por qué, me
llevan a verlo.
Carlos tiene las manos muy grandes y en general me trata bien, aunque alguna
vez se pone pesado y me mete palitos en la boca para después mirar en un
aparato bastante extraño mi saliva.
A Carlos también lo quiero, pero siempre que vamos a verlo se queda hablando
mucho rato con Nicolás y yo me aburro. Y, curiosamente, después de cada visita,
Nicolás me empieza a dar esas cosas que me hacen vomitar.
Antes de que Carlos fuera mi doctor, me llevaban a otros, y ninguno sabía qué
me pasaba.
Sé de muchos gatos a los que les da miedo ir al médico (se cagan encima). A mí,
la verdad, me divierte, menos cuando se ponen a charlar, y aquella vez que me
dolía la panza y me metieron algo por el culo que me dio diarrea.
Carlos es casi como mi segundo padre, y sabe un montón de lo que nos pa- sa a
los gatos, y aunque sé que a escondidas también lo visitan los perros, yo lo
admiro. Cuando sea mayor, quiero ser como él.
7
Tengo que confesarlo: a los gatos nos asustan las ratas y las cucarachas. Es
verdad, y es algo que no podemos controlar. A un ratoncito lo podemos cazar,
pero las ratas son enormes, y tienen una mala leche que no veas. Además son
sucias. ¿Acaso alguien ha visto a un gato que no se lave? Con las cucarachas
es diferente, aparecen por cualquier lado, y en el momento más inesperado. Son
bichos malos. Cuando vean a un gato persiguiendo a una cucaracha es que se
está defendiendo, nada más.
Los gatos del patio me dicen que soy un pijo, y que si tuviera hambre como ellos,
me comería hasta la basura que dejan los del Condis, pero sé que ellos, en el
fondo, si estuvieran en mi situación, pensarían lo mismo que yo. En eso nos
parecemos sospechosamente a las personas.
8
La felicidad del gato es comer, dormir, y procrearse, por supuesto. Nuestra
cualidad felina nos hace estar alertas, cazar si es necesario, pero a lo largo de
los siglos hemos sabido adaptarnos a las circunstancias de la vida. Es así como
nos transformamos en “animales de compañía”, como dicen. ¡A quién no le
gustaría! Te miman, te dan de comer, te dejan dormir. Los que tienen suerte
viven una existencia relajada y feliz. Aunque cada vez se sabe más de gatos
maltratados por sus humanos, seres incapaces de comprender que no somos
muñecos al servicio de ellos, que podemos no querer jugar ni hacer como que
todo nos gusta. Somos gatos, no ositos de peluche. Y qué decir de las
mutilaciones que sufrimos muchos de nosotros: nos esterilizan, nos transforman
en seres sin sexo, y sin ganas de vivir. Por eso nos tiramos por ahí, y
engordamos de pereza y tristeza. Con otros es peor: les arrancan las uñas. ¡Y
les dicen médicos a esos torturadores amparados por la ley! Nosotros también
sufrimos. Tenemos sentimientos. La vida es muy corta para vivirla como un
eunuco.
Hay quien sueña con la libertad, pero la vida ahí afuera es dura. Nos han creado
un mundo feliz que al mismo tiempo es nuestra cárcel. Pero es el mundo que
conocemos.
9
Estoy enamorado. Espero que no se note mucho, porque sino mis personitas se
ponen pesadas y no hay quien los aguante. Mi amor es imposible, y eso lo hace
todo más romántico. Ella… ella es hermosa, tiene el pelo blanco y alguna que
otra mancha marrón claro que le hace tener algo especial. Y lo mejor es que
cada tanto me visita. Se cuela por el balcón de al lado y se acerca lentamente a
la reja que nos separa, y así nos quedamos horas y horas mirándonos,
oliéndonos. Pero como dije, es un amor imposible. Ella es una gata de la calle, y
yo vivo encerrado en mi tranquila vida. A veces sueño que nos escapamos y nos
vamos muy lejos a vivir una vida gatuna lejos de la gente, lejos del pienso duro y
el pis en las piedras esas que me ponen. Lejos de todo pero cerca de mi amor.
Me gusta soñar con mi gata, aunque también hay que decir que me daría un
poco de pereza escaparme, con lo a gustito que estoy durmiendo estirado en la
cama. Y hay que tener en cuenta que cada tanto me dan pollo. Es mi debilidad.
10
¿Cómo es la felicidad de las personas? Yo los observo y me parecen raros,
seres que se comportan de forma extraña. Siempre llegan cansados a casa, y a
veces ni siquiera me saludan. Después se pasan el rato diciéndose cosas que
no entiendo, o callados, mientras las cosas las dice eso que llaman tele- visión.
Yo tengo suerte, porque mis personas no hablan como en la televi- sión, pero
me cuentan mis amigos del patio que hay otros que sí lo hacen y entonces es un
griterío que no se aguanta.
¿Y el tiempo que pasan en el baño? Yo me lavo un rato y ya está, mientras ellos
necesitan estar debajo de un chorro de agua (¡qué asco!) y pasarse ese líquido
viscoso y espumoso. Con lo fácil que es lamerse.
Y también necesitan taparse para dormir. Claro, no tienen pelo por todo el
cuerpo y tienen frío. La naturaleza, que es sabia, nos dio a los gatos el pelo, y
con acurrucarnos en algún rincón, dormimos como la seda. Y para salir a la calle
se ponen tantas cosas que cansa: ropa interior, pantalones, camisas, camisetas,
abrigos y hasta gorros. No me sorprende que lleguen cansados y de mal humor,
si van encarcelados de ellos mismos.
Otra cosa, tienen un aparato que de repente suena, es como un timbre que se
repite, y se ponen a hablar por él.
Después lo dejan ahí como si nada, o se preguntan cosas, o cuentan cosas de lo
que sale del aparato.
Para comer, se pasan horas en la cocina preparando platos, con lo simple que
es ir y comer, como hago yo. Que si poner algo al fuego, que si está rico o feo,
que si está podrido.
Todo es complicado para las personas. Yo creo que son felices cuando se ríen.
En esos momentos, hasta la cosa más tonta les da risa. Pero están relajados y
yo me aprovecho porque se ponen cariñosos. También se ponen cariñosos
cuando están tristes.
No sé si son felices, pero al fin y al cabo las personas son entrañables.
Todo es espacio, pero entre la playa y el cielo se encuentra el mar, y hay un punto, lejos en el horizonte, uno sólo, donde estos lugares infinitos se unen, son todo, son espacio.
1
Hay un cuerpo desmayándose; la imagen me conmueve, víctima de la forma. Creí que era mi cuerpo. Es mi cuerpo, o no? (no sé). Somos todos iguales: vos y yo somos iguales. Tal vez simplemente te adivino o tal vez adivine casi todo (la vida). Vida envasada.
Pero sos vos el que sangra, o el que limpia mis heridas. Se me anula la posibilidad del desnudo, desnudo total, uno ansiado. Carente. Carenciado. Mal querido. O es la forma?
Las líneas ya trazadas se me desdibujan en la mano; mi error fue tocar lo prohibido, o no tocarlo fue el error (más grave-siento el deseo). De todos modos el riesgo rompe la forma. Por fin respiro.
Un Fénix, un poeta, el que muere y resucita; la mueca impávida, la práctica de un gesto fallido (¿dolor?).
Me lame el cuerpo, me purifica poco a poco y un azar de caminos encontrados me hunde en el miedo. ¿Cuál era la creencia?
Aborto tramos de vida, aborto posibilidades. Y era yo quien sangraba.
2
¿Qué es lo que piensan las personas, qué es lo que hay dentro de ese universo desconocido, insostenible? Dónde aparecen las diferencias. La soledad marca el comienzo de un conocimiento distinto, el placer de descubrirse. Brindarse a los otros. Por dónde pasa el valor, nuestro valor, el de la gente, el de mi escritura. «Pensar que pensar nos ha fallado» fue un poema. Nosotros fallamos. Yo aprendí. Nosotros aprendimos y nos buscamos, tratando de encontrar el sabor distinto (el valor). La búsqueda es continua, como el viento, se lleva las hojas a otros lugares donde van a morir o se transforman. La muerte del escritor es el lugar donde aparecen (yo), es el eje (doblar la hoja, pasar la página). La ficción se acerca a lo real (?) o no, pero puedo ser feliz desdiciéndome. La imagen: el truco perverso que nos atrae. La confluencia: el lugar de la imagen para la ficción, para el mundo. El pensamiento: creador de la imagen para la confluencia (vida). El sol quema y alimenta, nos llena de vida (la misma) y nos saca de ella (la explosión). Seguimos caminando, es importante. Los elementos en funcionamiento para la imagen (la confluencia). Un sentimiento: amor-pasión que también desdice y nos hace imagen. El recuerdo, a veces una traba y el aprendizaje. La cura, la música, el movimiento. Muchos interrogantes para el asombro, para seguir creyendo en nosotros. -Nada más? -Nada más. (La imagen del pájaro acercándose vertiginosamente).
3
Un leve ardor permitió tomar conciencia del estado en que estaba. El aire aumentaba su densidad y era difícil respirar. Era algo parecido al descanso. Un momento de quietud. La lámpara que desde el techo se balancea imperceptiblemente. El movimiento se hace lento. El ardor sube por mi garganta pero no llega a fuego, se ahoga en mi boca sin saliva. Girar, tan sólo girar, mirar para otro lado. La búsqueda del sentimiento también es lenta, también es mirar. La boca seca, la lengua incapaz de articular el movimiento de la palabra. El sentimiento tiene que ver con el recuerdo, pero no hay dolor.
Todo se mueve, todo gira alrededor nuestro aunque no. Todo se multiplica y nos sentimos pobres. Nada nos alimenta, no somos y por eso estamos acá. El movimiento de mi mano permite esta quietud (aparente, las manos reflejan el temblor: miedo). Si surge la pregunta de qué hacemos, para qué estamos, o quién me trajo, las resoluciones ponen en juego (sin saberlo) toda la capacidad (en verdad parte) imaginativa. Desde este oscuro espacio puedo inventar un valor. Ya no una creencia: llueve y el impulso es caminar, las hojas crujen en el agua, pétalos mojados. Tu pelo cobra color y me salpica y es sentirse vivo. Los pájaros se esconden, las madres se aferran a sus bebés porque su calor es incondicional. Y afuera muerte; el ojo que me miraba y me hablaba quedó mudo y pude sentir como alcanzaba a decir adiós. Pobre. El valor desapareció, no el dolor. Entonces el valor no desapareció. La lluvia continúa, aumenta la sensación de vacío. No existe la barrera, pero es fácil crearla. Si el movimiento es lento, puede haber paz (también: no!). El agua y la lentitud de estar dando vueltas esperando nacer. Como el espacio, esperando morir. Una diferencia: dentro de la panza (el líquido viscoso y denso) puede llegar a ser pleno; el espacio da la posibilidad del vacío absoluto. Para las dos cosas se necesita el valor. Encuentro la ficción (¿la realidad?) como el medio en el que estamos perdidos (el movimiento del mar hipnotiza, marea profunda, marea-da). Corriente abajo una flor anunciaba la muerte y pensé que sólo hablaba de amor (palabra maldita). Mirando ese sube y baja mar eran mis lágrimas las que hablaban, era la poesía que no expresaba (lentos avatares/muerte subversiva). Cuando te vi temblando creí que no podría abrazarte (yo también temblaba), pero como somos todos iguales yo también podía dar calor. La voz repetía: -¿entendés? ¿podés comprender, sentir que lo que yo te digo te hace temblar? -Ya estoy temblando. -Entonces mentís. -Sí, miento, pero te entiendo porque estás llorando y yo también lloro, y esta lluvia nos une como si nos quemáramos. Creo que a eso lo llaman fundir, con-fundir. Gracias.
Repetir las palabras hace perder el sentido (si lo tiene, o la ilusión es efectista). Acostado, mirando para arriba, con la lentitud del movimiento, no podía dejar de repetir esas palabras (fuego) y ya no comprendía. Preferí el poema, que atraía belleza: «…como los niños/ como la muerte/ sentados a esperar/ cielo protegido, henchido de vanidad/ el golpeteo…» ¿Un poema? Giraba sobre mi cuerpo tratando de alcanzar ese rostro que se negaba y resistía a los impulsos… el ardor. Hay un estado en que somos nosotros (nuestra mente) y que las cosas ocurren desde nosotros hacia afuera (la muerte). Lo otro no importa. El valor. Unidos por él mantenemos vigente la (des)unión, por lo menos respirar el aire, alimentarse de ideas. Gracias. Si lograba no temblar (pero por qué no) estaría más tranquilo, fingiría paz. Repetir cierta palabra hizo recobrar un sentido. Gracias.
4
Hoy soñé que la luna estaba cerca de mi mano, me rozaba…(REW). Hoy pensé cómo el mar capta mi sentimiento en su eterno murmullo…(REW.STOP).
La luna reflejaba en el mar su único motivo: el color. Caminar sin un sentido (afiebrado), iluminado por la luna (el reflejo del mar) y una imagen, una mano (los dedos largos no podían ser otros) buscando tocar. Un sentido: un dedo busca mi cara y pasea el cosquilleo lentamente (no me contengo: escalofrío). Ese dedo audaz penetra mi mirada y me absorbe. El murmullo del mar era una música (¿cuál?) recordada. Escuchada. Sentida. Ese dedo cómplice paseó por mi cuerpo (¿estaba desnudo?). Soñé con un mar y una luna (espera angustiante), un murmullo y un reflejo, y estaba desnudo. Desperté olvidado y quise dormir (unos ojos me miraban). La voz jugó su juego y se hizo palabra (los tonos adivinaban los sentidos, el mar). El insomnio se hizo imagen (no sentido). La noche sofocante me hizo transpirar y fue soledad. El cuerpo esperaba al cuerpo en la oscuridad (las almas estaban juntas). En la soledad. La búsqueda de la imagen. Desciframiento de un sentido (¿uno sólo?). El mar buscaba la oscuridad (era de noche). La luna y el reflejo. La mano. Los cuerpos. La música repetida hasta el cansancio, lejana, llorando su última función. Como esperando.
5
Pájaro volando
Mira el horizonte esos ojos una luz llena los colores (el mar) se escucha un aleteo (el pájaro vuela bajo: me toca) es el sentimiento me hace llorar busca el aire cortar la imagen ser libre el viento (el que renace) lo acaricia. Veo el vértigo en su cara porque no cae porque disfruta porque desea.
6
Tenemos que comunicarnos. Tenemos que sentir en los cuerpos el contacto. Tenemos que resistir el aire que golpea (fuerza adversa). Podemos incluir en un mundo un sentimiento (de esos que hacen llorar). Hacemos de esa ficción (el pensamiento) cosas tangibles: tu cuerpo. Desaparecemos en los momentos de confluencia: es nuestra imagen que se funde (rompe las formas). Amor pasión que se funde en las formas. Cómo será agarrarte (una mano temblaba esperando el contacto). Unas voces que intentaban hablarse se llamaban a través del espacio. Poblado de tinieblas. Surcado de vacíos. Otras voces no entendían (comprender un equívoco, aceptar sus frustraciones, otra vida). De lo profundo del mar nacieron los colores (el pescador observó mudo los hechos, sonreía). Los colores son vos la confluencia: una imagen-valor que nace y se aísla, crea nuevas fuerzas (por qué me aíslo, no encuentro en mi valor el valor de los otros, el poema). Ver en tus ojos la chispa me hizo vivir. Sentir que el mundo no existe porque sos universo me hace crear. Ya no imagino. Siento.
7
Él sabía que la vería. Él tenía la certeza del cambio. Él podría reconocerla desde lejos. Los años. El sentimiento de la irreversibilidad en esa cara. Los gestos que acompañaban el encuentro. El error. Un encuentro que se prolonga en el tiempo y crea vacíos, lugares de espera. Un día sintió que esa imagen le pertenecía. Cómo no darse cuenta. Una voz que llama y advierte los peligros. Un camino que no tiene otra salida (vos y yo). Fue tanteando otros lugares, cuerpos que se mostraban y desleían la posibilidad. Pero estaba ahí. La pendiente era vertiginosa (el pájaro). La voz conocida (no hay otra) nombra. El miedo aparece ante la fatalidad. La cara. El encuentro. Casi ciegos se acercaban. Cómo sería el contacto. La cópula de dos cuerpos entumecidos, que se esperan. Los gritos a través del espacio que por fin se encuentran. Un olor conocido busca donde apoyarse. Es como empezar de nuevo.
8
Renacimiento.
Los recuerdos se van deshaciendo, son vanas imágenes de una falla: nosotros. Penetra una luz por la ventana (¿dónde?). No deja que mi figura sea totalmente visible (los poros por los que respiro). La sensación de vacío es intensa. Nada recorre mi cuerpo. Imagino las cosquillas (un vos). Veo mi feto, una relación paródica del espejo, de los espejos (tela-araña). El cigarrillo se consume (fuego, brasa transformada en cenizas: oxígeno). Respirar nos hace ceniza. La Nada. El vacío. Principio de la irrupción. Que explota. Se deshace. Se re-forma (un líquido viscoso recorre mi cuerpo). Te acuesto en la cama y sentís como tu cuerpo no pesa. Somos dos en la Nada. Ya somos Nada. Ya somos.
En un mundo dominado por verdades mutantes. Es un mundo de emociones dirigidas.
Caminamos por la calle como si fueran borrándonos las aristas, esas imperfecciones molestas que no sirven para ser feliz. Para ser.
Cada vez nos acercamos a esa perfección idiota. Económica, falta de humor porque viene de un lugar que no conocemos.
Para ser. Y todos, o casi todos, intentamos escapar, tener nuestro escondite donde soltar una frase inconexa, un sentimiento irascible, una acción hiriente, un espasmo real.
De esta cárcel que nos dicen que no se puede salir, pero la verdad es que no hay llaves en las puertas.
Salir.
Y respirar, aliviados.
Y olvidar un rato.
Entonces sí, volver.
—
Sueño.
Pienso en la oscuridad, o ese estado donde ya no sabemos, pero estamos lúcidos. Sólo sentimos las imágenes, las ideas que nos invaden y se aceleran hasta que decimos basta. Pero no paran, no somos capaces de detener un estado hipnótico, sórdido, solitario.
En el silencio de la noche pasan cosas. Imperceptibles, como un ruido lejano o una respiración del otro lado de la pared. También, dormir.
—
Camino.
Como si fuera tarde, con prisa. O tal vez para no ver lo que pasa a mi lado, no quedarme mirando algo, alguien, y que el mundo se pare. Entonces sigo, camino, los pasos una huella invisible en el asfalto. Y a veces miro lejos, buscando esa línea que me lleva pero no está. Se perdió.
Caminar como si no viera nada. Pero una silueta me hace cambiar de acera. O elegir el trayecto más largo porque me gusta más, me da tranquilidad.
Voy buscando hacer el mismo camino, cada día, sin lograrlo.
—
Orilla
Habitamos la orilla, un lugar donde los límites se difuminan, donde es difícil saber de qué lado estás. Y el peligro, pasar al otro lado. Es como perderme. Te vas, y todo depende de cuándo aterrizamos. Pero me perturba el vacío.
La orilla es el límite que nos ponemos, o el que nos encontramos, es el lugar indefinido. Y los miedos. A veces las certezas.
Bueno, no es un libro, son postales. Un contenedor de palabras como cualquier otro. Prefiero verlo como si enviara mensajes en botellas que se dejan en el mar (la mar). Parte de algo, rastros de (un pensamiento, un sentimiento?), que pasa por ahí.
Pocas Palabras
1
Un día reflexionamos, nos preguntamos hacia dónde vamos. El pasado es una película a cámara rápida, flashes de una memoria que se puede perder. Esos fragmentos son lo que pensamos de nosotros, y por eso es parcial. A veces, tenemos la oportunidad de pensarnos diferentes, y esa mirada casi externa, además de asustarnos, nos ilumina. Es ese día que nos miramos al espejo y escudriñamos a ese que nos observa como a un extraño. ¡Cuántas veces, de manera autómata, nos lavamos la cara como quien limpia la mesa! Sacar esas migas. Qué sabia es la mente, que sabe cuando apagar el interruptor. Vivir en la intensidad trae sufrimiento. Buscar la felicidad como seguir un manual es poner cemento a un basurero. Por eso hay quien necesita el riesgo para sentirse vivo, caminar sobre una cuerda en el abismo, caer al vacío como la forma de acercarse a lo que creen que es vida. Pero no hay normas, ni forma de atrapar los sentimientos. Pero sí es posible vivirlos. Y reconocerse en el espejo. A veces, descansar.
2
A veces pienso en un hilo de agua, bajando una montaña. O quisiera asomarme a la ventana y descubrir que el día gris se transformó en soleado. Y si estoy cansado me gustaría parar, mirar al vacío, aislarme un rato hasta reirme de algo.
3
Pocas palabras
Cada vez, a medida que avanza el tiempo, me voy quedando sin palabras. No es que se pierden, yo diría que me vuelvo austero, economía pura. Pero también veo que las que van quedando ganan en profundidad, como si adoptaran otros significados. Y me toca luchar para no dejar de comunicarme.
A veces un “hola” contiene dentro un “qué tal, me alegro de verte”, pero se queda adentro, atrapado en una palabra. O un “más o menos” que esconde “necesito un abrazo”, puede perderse en la nada, ahí…
Ahora entiendo por qué escribimos, una forma de ganarle al tiempo, de no perdernos, de que todas esas palabras ocultas vean la luz.
Una vez me miré al espejo e intenté decirme cosas positivas, “yo soy el mejor” y cosas por el estilo. No soy buen consumidor de autoayuda, más bien me sentí tonto, aunque ese sentirme tonto me reafirmó en mis pensamientos. Casi pensamientos.
También probé intentar ser el centro de atención, y participar de conversaciones animadas intentando llevar las riendas y pronunciar frases ingeniosas e inteligentes. Hay un momento en que te mirás desde afuera y ves al resto de la gente que parece que va a reir antes de que hables, sea un chiste o que se murió un familiar el día anterior. O ya sabés lo que vas a decir. Es cansado y de mal gusto.
Con el alcohol no me fue mejor, porque si uno no para a tiempo, de la chispa a lo patético hay un sinfín de estados entre los que están el mareo, la verborrea sin sentido, la verborrea sin sentido ni vista, y el vómito. Siempre es bueno sacar los malos humores fuera.
Ah, sí, intenté escribir para sentirme importante, pero por exceso o carencia de ego, nunca llegué a buen puerto. Siempre parece que las palabras están ahí por casualidad, a punto de irse a un lugar mejor. Parece que te están diciendo: no me pongas ahí, no me gusta estar al lado de ésta (palabra), por qué me ponés un punto y no una coma.
En el deporte no me fue mejor, ya que al carecer de esa ansia competitiva, te da lo mismo ganar que perder. Y ya se sabe que la deportividad es una tontería inventada para que los niños no se sientan desolados al quedar segundos. Nadie quiere perder.
Quise tener una vida contemplativa meditando, intentando encontrar mi ki o chi, o lo que sea, peor me encantan las películas de acción. He perdido paciencia.
Llega un momento en que las conversaciones más profundas son sobre el calor y la lluvia, a veces sobre el tráfico o “cómo está el mundo”. Si el mundo es una mierda, es la de siempre, y por eso cansa un poco tanta frase hecha. Las que digo yo.
Probé sentarme en un banco de la calle a ver pasar a la gente y los coches. Es muy aburrido, y termino contando cuantos pasan de color rojo, sean coches o personas, y me hago apuestas que pierdo siempre.
Falto de constancia y consistencia voy a trabajar. Qué manera de hablar de la gente. Pero desde que aprendí el vocabulario básico de mi sector, ya puedo practicar todas las otras técnicas de la importancia, aunque mejor ser moderado con la bebida. Hay que mantener la imagen.
2
Miré hacia la ventana, como si fuera a entrar algo más que el aire. Pero no esperaba nada.
Modos de respirar.
Me enfrenté al espejo por la mañana. Sólo me reconocí de reojo.
Más tarde, en medio de la vorágine, yo iba a cámara lenta, o el resto iba muy rápido. Acelerando.
Al final, durante un instante, hubo silencio.
3
A veces, parece que la vida, tal como la vivimos, es una montaña rusa, y cada momento puede ser una subida lenta, o una bajada vertiginosa. Es cuando me pregunto: ¿Cómo se llega a la tranquilidad, esa paz interior que nos dice “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar” (con música de Serrat, claro)? Porque mis neuronas están lanzadas, y en su fuga chocan entre ellas.
Busco el silencio, las palabras no hirientes, los rincones del sosiego.
4
El hombre, después de mucho andar, paró y se preguntó. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿A dónde iba?
Al no obtener respuesta, siguió caminando.
5
Biel se levanta a las siete de la mañana, indefectiblemente. Y viene a nuestra cama, y se incrusta entre los dos. Este pequeño hecho cotidiano desata su actividad, dividida entre el juego continuo, la conversación continua, y el movimiento continuo. A veces, las actividades se multiplican, se entremezclan, o comienzan caminos paralelos , cambios bruscos e intereses nuevos. Y de preguntas nuevas, o las ya conocidas. A veces, Biel ya tiene pensado todo lo que hará durante el día, sin contar los días de escuela que ya están programados. Y en un giro inesperado, recupera juegos y palabras de tiempo atrás, casi olvidadas. Otras veces, algún hecho, una noticia, o una película, lo dirige hacia algo nuevo, siempre fascinante.
Todo esto, con las emociones a flor de piel, con esa intensidad de intentar aspirar todo el aire que lo rodea, pero también con la posibilidad de que duela.
Si nos quedamos un sábado o domingo en casa, hay un momento en que es ya de noche, y el tiempo se fue a su velocidad, porque él parece que se come el tiempo, lo va devorando, alimentándose de cada pequeño instante vivido.
Los días de fiebre, tres o cuatro en estos años, nos miramos extrañados sin saber bien qué hacer, por falta de costumbre.
Lo nuestro es un cansancio fortalecedor, que nos llena, que a veces no sabemos cómo gestionar.
Y siempre tiene un beso, o un “mami t’estimo”.
17/07/2016
Libro A5, con encuadernado en papel decorativo 28 x 28 cm., que hace almismo tiempo de envoltorio.
La energía fluye por la mente y el cuerpo, es la necesidad de hacer, de moverse, de crear. No hay puntos medios, no hay descanso. Sólo se puede ser feliz haciendo, porque estamos creando el mundo, nos creamos a nosotros en un continuo presente (pero se graba en la memoria a fuego).
La intensidad no sabe de premisas, no mira atrás, ni tampoco sabe de proyección. Nunca volvemos a cero, al estado inicial.
La intensidad es la fuerza de lo nuevo, aunque sea la enésima vez.
2
Ultimamente me da por pensar. Pienso en lo que es diferente, en lo que se aparta de lo normal. Pienso en la gente. Y pienso en nosotros. Pienso en los esfuerzos y en todas las alegrías. Sé que no hay Dios , es decir, no la historia que nos cuentan. Al fin y al cabo, cada día creamos lo que somos, nos abrimos camino. Pero no me asaltan dudas, somos más fuertes. Nunca imaginé esta vida, y nunca la cambiaría.
Aceptarnos. Mirarnos para adentro. Rascar las mesas, escribir un diario. Creer.
Una forma de nuestra felicidad.
3
La felicidad del recuerdo
La memoria, que muchas veces parece que es un ser autónomo interior, nos ayuda a recordar, y también a olvidar. A mí se me ocurre que son como cajas o compartimentos que se llenan según una selección arbitraria (de uno mismo). Más adelante, una conversación, o mejor, un olor o una música, abren la caja y nos devuelven una sensación o sentimiento.
Hay quien vive hacia atrás, abriendo constantemente sus cajas en busca de un pasado que siempre fue mejor. Otros, borran las huellas del pasado buscando con ansiedad lo nuevo, como si nunca fuera suficiente, o como si existiera la necesidad de tapar un sentimiento de pérdida, esa emotividad. Aceptarlo.
No existe el punto medio, aunque sí los matices. Dicen que en la vejez nos vienen los recuerdos más tempranos, como si el cerebro supiera que llega el momento de empezar a leer nuestra propia biografía, que es la mejor historia, porque nosotros somos los protagonistas.
4
La felicidad del espejo
Me miro al espejo y no me reconozco. Esa persona que me está mirando también tiene cara de no conocerme. Ni siquiera sé si es interesante su vida en ese mundo paralelo aunque sospechosamente parece haber vivido lo que yo, lo intuyo por las arrugas de su frente, la mirada, y hasta el gesto pasmado. No le digo nada, por si acaso. ¿Y si me contesta? ¿Y si cobra vida y en vez de ser mi reflejo resulta que es al revés, y sólo soy una sombra de mí?
Es el problema de estar solo, mirándome a un espejo. Son dos, así que estoy yo y mis dos compañeros, que nunca dirán nada. Están ahí.
5
La felicidad del ombligo
No vamos a descubrir nada nuevo al decir que los seres humanos somos ególatras y egoístas. La capacidad de pensar en un YO, y reconocernos en eso, nos transformó a lo largo de los siglos en déspotas de uno mismo, incapaces de ver más allá de nuestros intereses. Por suerte, no todos son así, pero siempre hay un punto donde, si hay hambre, te llevarás antes que nadie ese pan duro.
A eso lo llamo la felicidad del ombligo, pero mi amigo el cínico suele decirme que es la felicidad del que no quiere ver, cegado por su impulso auto- destructivo (la verdad es que dice “gilipollas”). Cuántas veces vemos a personas descargando su ira y sus frustraciones con quienes más quiere. Cuántas veces hay quien se acerca a otros a sabiendas de que es un error (un dolor), como rascarse una herida con un cuchillo.
No quiero que parezca una diatriba sobre la bondad (mi amigo el cínico quemaría este papel), pero sí creo que hay límites a las tonterías y al daño para rebajar al otro a tu nivel.
Podría ser al revés, pero para eso hay que estar despierto, aceptarnos tal como somos, y no dejar pasar las oportunidades.
6
La Felicidad del Año Nuevo
¿Qué sería de nosotros sin el calendario? Además de lo práctico, que sería contabilizar la rotación de la Tierra alrededor del Sol, y de la Luna alrededor de la Tierra, las estaciones, etc., hay algo inasible, pero indispensable, que es la capacidad de poner nuestro reloj a cero (es una forma de decir) para recomenzar, para decirnos esta vez sí, para pensar en proyectos y anhelos. El 1 de enero es nuestro punto de partida a empezar o terminar cosas, también a hacer promesas imposibles. Y muchas veces a saber que ya se nos va el tiempo, de tanto repetirnos. Pero sin ese cambio de año, sin el click y la celebración, y a pesar (o gracias) a todos estos años, y a los que nos reunimos, simplemente porque nos queremos, la mayoría de las cosas que hacemos no tendrían sentido.
Nocheviejas, cumpleaños, aniversarios, y también recordar siempre aquel día que hicimos tal o cual cosa, es el fuego que nos mantiene vivos.
(es sólo para tener historias que contar, una copa de vino, la compañía, las llamas del fuego que calienta nuestras caras).