Definir las razones que dan vueltas dentro. Sentir que son mías, un sentimiento. Y entonces poder mirar, enfrentar el espejo. Buscar los rastros de mí en los lugares, que los olores me den tranquilidad, que sean conocidos. Volver atrás, para mirar de otra forma, y encontrar el sentido de las cosas que pasan, que nunca entendemos, pero no buscar una explicación. Arrancar de mí una palabra y sortear la mirada del otro como si fuera peligro. Y en el fondo, cuando el dolor está presente, una compañía siempre efímera, eterna, estamos a tiempo de abrir las puertas, dejar entrar el aire, reírnos de nosotros mismos, buscar el sitio que nos cobija.