LAS FORMAS DE LA FELICIDAD. INTROSPECTO

31 de diciembre de 2015

1

Intensidad

 

La energía fluye por la mente y el cuerpo, es la necesidad de hacer, de moverse, de crear. No hay puntos medios, no hay descanso. Sólo se puede ser feliz haciendo, porque estamos creando el mundo, nos creamos a nosotros en un continuo presente (pero se graba en la memoria a fuego).

La intensidad no sabe de premisas, no mira atrás, ni tampoco sabe de proyección. Nunca volvemos a cero, al estado inicial.

La intensidad es la fuerza de lo nuevo, aunque sea la enésima vez.

2

Ultimamente me da por pensar. Pienso en  lo que es diferente, en lo que se aparta de lo normal. Pienso en la gente. Y pienso en nosotros. Pienso en los esfuerzos y en todas las alegrías. Sé que no hay Dios , es decir, no la historia que nos cuentan. Al fin y al cabo, cada día creamos lo que somos, nos abrimos camino. Pero no me asaltan dudas, somos más fuertes. Nunca imaginé esta vida, y nunca la cambiaría.

Aceptarnos. Mirarnos para adentro. Rascar las mesas, escribir un diario. Creer.

Una forma de nuestra felicidad.

3

La felicidad del recuerdo

 

La memoria, que muchas veces parece que es un ser autónomo interior, nos ayuda a recordar, y también a olvidar. A mí se me ocurre que son como cajas o compartimentos que se llenan según una selección arbitraria (de uno mismo). Más adelante, una conversación, o mejor, un olor o una música, abren la caja y nos devuelven una sensación o sentimiento.

Hay quien vive hacia atrás, abriendo constantemente sus cajas en busca de un pasado que siempre fue mejor. Otros, borran las huellas del pasado buscando con ansiedad lo nuevo, como si nunca fuera suficiente, o como si existiera la necesidad de tapar un sentimiento de pérdida, esa emotividad. Aceptarlo.

No existe el punto medio, aunque sí los matices. Dicen que en la vejez nos vienen los recuerdos más tempranos, como si el cerebro supiera que llega el momento de empezar a leer nuestra propia biografía, que es la mejor historia, porque nosotros somos los protagonistas.

4

La felicidad del espejo

 

Me miro al espejo y no me reconozco. Esa persona que me está mirando también tiene cara de no conocerme. Ni siquiera sé si es interesante su vida en ese mundo paralelo aunque sospechosamente parece haber vivido lo que yo, lo intuyo por las arrugas de su frente, la mirada, y hasta el gesto pasmado. No le digo nada, por si acaso. ¿Y si me contesta? ¿Y si cobra vida y en vez de ser mi reflejo resulta que es al revés, y sólo soy una sombra de mí?

Es el problema de estar solo, mirándome a un espejo. Son dos, así que estoy yo y mis dos compañeros, que nunca dirán nada. Están ahí.

5

La felicidad del ombligo

 

No vamos a descubrir nada nuevo al decir que los seres humanos somos ególatras y egoístas. La capacidad de pensar en un YO, y reconocernos en eso, nos transformó a lo largo de los siglos en déspotas de uno mismo, incapaces de ver más allá de nuestros intereses. Por suerte, no todos son así, pero siempre hay un punto donde, si hay hambre, te llevarás antes que nadie ese pan duro.

A eso lo llamo la felicidad del ombligo, pero mi amigo el cínico suele decirme que es la felicidad del que no quiere ver, cegado por su impulso auto- destructivo (la verdad es que dice “gilipollas”). Cuántas veces vemos a personas descargando su ira y sus frustraciones con quienes más quiere. Cuántas veces  hay quien se acerca a otros a sabiendas de que es un error (un dolor), como rascarse una herida con un cuchillo.

No quiero que parezca una diatriba sobre la bondad (mi amigo el cínico quemaría este papel), pero sí creo que hay límites a las tonterías y al daño para rebajar al otro a tu nivel.

Podría ser al revés, pero para eso hay que estar despierto, aceptarnos tal como somos, y no dejar pasar las oportunidades.

6

La Felicidad del Año Nuevo

 

¿Qué sería de nosotros sin el calendario? Además de lo práctico, que sería contabilizar la rotación de la Tierra alrededor del Sol, y de la Luna alrededor de la Tierra, las estaciones, etc., hay algo inasible, pero indispensable, que es la capacidad de poner nuestro reloj a cero (es una forma de decir) para recomenzar, para decirnos esta vez sí, para pensar en proyectos y anhelos. El 1 de enero es nuestro punto de partida a empezar o terminar cosas, también a hacer promesas imposibles. Y muchas veces a saber que ya se nos va el tiempo, de tanto repetirnos. Pero sin ese cambio de año, sin el click y la celebración, y a pesar (o gracias) a todos estos años, y a los que nos reunimos, simplemente porque nos queremos, la mayoría de las cosas que hacemos no tendrían sentido.

Nocheviejas, cumpleaños, aniversarios, y también recordar siempre aquel día que hicimos tal o cual cosa, es el fuego que nos mantiene vivos.

(es sólo para tener historias que contar, una copa de vino, la compañía, las llamas del fuego que calienta nuestras caras).

 

 

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