1-
La felicidad del escritor es tener la ilusión de la creación continua. Miles de palabras fluyendo, construyendo frases que construyan textos que serán leídos por miles de ojos ávidos de encontrar esas respuestas a las que él, el escritor, denomina preguntas. Es una felicidad falsa, porque está llena de vanidad. Y porque de esos cuantos que posarán su vista en las letras que, oh escriba, cree estar inventando, sólo alguno pensará que ha sido acertado, y otro tal vez se emocione por encontrar las palabras con que decir su sentimiento. Aquí estaría la felicidad del escritor. Ser espejo, una vez, de otro.
La felicidad del escritor es creer que puede crear una frase que antes no ha sido escrita, imaginar una situación que parezca nueva, ser un hacedor de Biblias. El libro original. Y la triste verdad es la de ser un mero repetidor de lo que se logra oír, ver, adivinar. Es más, ese escritor feliz algún día deberá darse cuenta de lo anacrónico de su papel, es decir, del papel en el que desea ser leído. La artificiosa esencia de su trabajo que se multiplica y pierde el sentido: tiene un sentido nuevo.
2-
Belén sólo es feliz si sabe quién es bueno, y quién malo. En todos los sentidos. Tiene una maravillosa capacidad para crear grupos, separar ideas y personas en bandos opuestos irreconciliables. Lo necesita porque necesita ordenarse el mundo para entenderlo. Cuando conoce a una persona, en una reunión, por ejemplo, lo primero que hace cuando te comenta algo de ella es clasificarla: “es un facha, es una triunfadora, no me gusta ese tipo de gente”, etc. Hay algo en su propia inseguridad que no le permite encontrar matices. En el trabajo tiene aliados y contrarios. Su problema de pareja es justamente el no aceptar los vaivenes que se sufren en la relación, y que le lleven la contraria en su clasificación de los otros. Belén sufre. Ella, en algún lugar escondido de su ser, duda, y es esa duda la que la lleva a buscar cada vez más los valores absolutos que le permitan cierta tranquilidad, ese sosiego de saber que está todo controlado.
3-
Hay momentos en la vida en que la felicidad se va, nos deja huérfanos de sentido. Entonces el abandono se hace evidente y no encontramos la forma que nos devuelva a ese mundo que con tanto esmero creamos. Es lo que le pasó a Esteban el día que se sintió deprimido. Una desgana pasajera, pensaron las personas más próximas a él. Pero pasó el tiempo y lo mandaron al médico, que le recetó unas pastillitas que al principio lo dejarían un poco atontado, pero que después se iba a sentir de maravilla. El pobre Esteban no lograba salir de ese pozo profundo en el que estaba metido, y acudió a una terapia, para “hablar” de sus problemas. Nada parecía sobresalir en su vida pasada como para traumatizar su felicidad. Más adelante, él me contaba que lo que peor llevaba era no poder entender qué le estaba ocu- rriendo. No había respuestas para sus sentimientos.
Tampoco supo bien cómo salió de esa situación, aunque sí se dio cuenta de que una mañana sintió placer cuando el sol dio en su cara. Otro día, llamó a un amigo para contarle alguna tontería. Así, sin poder decir que estaba recuperándose, iba mejorando. Ahora Esteban tiene su forma de felicidad, y como a todos aparece y desaparece, pero él sabe que está ahí.
Esteban sufrió de no-felicidad, y la ausencia es desesperante.
4-
¿Cómo es la felicidad del que no hace concesiones?
A Sergio lo conocí por casualidad, si se puede decir que lo “conocí” en el sentido en el que usamos esta palabra. Él es un hombre de relativo éxito, un hombre hecho a sí mismo, y que se vanagloria de ello. La pregunta es si es feliz, si ha encontrado su forma de la felicidad en el ascetismo de las relaciones. Su máxima sería: no tengo que ser simpático ante un desconocido, ni aceptar frases pseudo chistosas, de las que se usan para caer bien, romper el hielo.
Evidentemente, se puede ser “borde” y que las cosas vayan bien: trabajo. Las relaciones sentimentales son otra cosa, porque esta forma de la felicidad hace que, muchas veces, personas como Sergio tengan parejas sometidas ellos (o ellas). Sergio necesita siempre un sí o un no (el otro es el enemigo que quiere engañarlo). Esto lo lleva a tener pensado de antemano todo lo que dice y hace. No hay lugar para la improvisación.
He conocido a más hombres que mujeres participando de esta forma de la felicidad. Muchas veces me he preguntado: ¿Por qué los hombres necesitan esta actitud? ¿De qué se protegen? ¿A quién engañan?
Otras veces me gustaría ser como Sergio, pero al final te das cuenta de que tenemos esos códigos sociales que nos permiten seguir caminando. Y no es una rendición.
5-
La felicidad del ignorante se basa en no (querer) mirarse en el espejo, en no atravesar ventanas. Detenido ante el umbral, el ignorante da media vuelta y vuelve a su refugio. La desgana a veces también nos hace ignorantes. Se trata de la felicidad del no saber, y de la cobardía de no ir más allá. Al no mirarnos, tampoco miramos a los otros, y como no nos reconocemos, aparece el miedo. Algo así le pasó a Fabio, y pasó a engrosar la lista de xenófobos de este mundo.
Fabio era una persona abierta, divertida y gustosa de vivir. Sus amigos le tenían (y le tienen) un cariño especial porque siempre está atento a ellos. Usan esa odiosa frase que dice: “es muy amigo de sus amigos”, que espero un día me la expliquen. Pero hace un par de años se murió su vecina de toda la vida (tenía noventa y un años), y el piso de al lado lo alquiló una pareja de inmigrantes. Da hasta un poco de pereza contar los hechos, o anécdotas que transformaron a Fabio de vecino ejemplar a hacedor de frases racistas. Él iba encontrando su felicidad a medida que crecía su odio. Tal vez si alguna vez hubiera entrado en el piso de al lado. Si hubiese visto cuántas coincidencias hay entre su vida y la de los vecinos. Si las diferencias las encontrara educativas, o divertidas.
Fabio sigue siendo ese tipo que se desvive por los suyos y afronta los problemas. Es un ejemplo para “todos”. Qué feliz que se es caminando cegado por la propia luz.
6-
Casi siempre, la vida es un misterio. No sabemos bien por qué suceden los hechos de los que nos poblamos. Intentamos ponerles razones, atar cabos sueltos, ver una causa. Algo se escapará. Hace unos años, yo mismo llamé por teléfono a una amiga que pasaba sus vacaciones en la Patagonia desde el mismo pueblo donde se alojaba, mientras estaba en Santander comiendo navajas. A Teresa la vieron caminando al mismo tiempo que estaba trabajando en la oficina. Pasan cosas raras. James dice que las convenciones o creencias de una época varios años después son mentira: es verdad. Vivimos rodeados de ficciones, o formamos parte de ellas. Son misteriosas las cosas más cotidianas, acciones que realizamos sin pensar porque las damos por buenas. Hasta lo bueno es ficticio o misterioso: amamos y odiamos con esa fuerza sólo destinada a estos seres pulsionales que llamamos personas. Más pequeño aún: afirmamos hoy lo que negaremos mañana sin saber por qué. Esta noche soñé que volaba, y ese sentimiento se trasladó al momento en que desperté y me sentí bien. ¿Cómo es volar? ¿Se puede explicar? A Ángel le encanta volar en ala delta, es su ventana, su intersticio, su misterio. Por eso lo envidio, por su pequeña verdad. Envidio a todos aquellos que encuentran su misterio que es su espejo que es su ventana por donde miran eso tan inasible que es el pasado, el presente, y el futuro.